Pablo Correa

De locomotora a vapor a tren bala

Por: Pablo Correa | Publicado: Lunes 14 de octubre de 2013 a las 05:00 hrs.
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Durante las últimas décadas del siglo XVIII, la invención de la máquina a vapor revolucionó al mundo, cambiando para siempre el sistema económico y las relaciones entre capital y trabajo.



Gracias a esta revolución tecnológica aumentó la producción a niveles inimaginables hasta entonces, ampliando la variedad de productos disponibles, al mismo tiempo que se reducía el tiempo necesario para realizarlos, con su consiguiente disminución en costos. Como consecuencia, el ingreso promedio de Inglaterra (y luego de gran parte del resto del planeta) creció a tasas sin precedentes, mejorando la calidad de vida de las personas e iniciando un sostenido aumento en la población. Pero, ¿qué fue lo que generó semejante cambio? A riesgo de sonar simplista, es posible sostener que no fue más -ni menos- que un aumento brutal en la productividad, quizás el mayor de la historia.

Y es que esta variable es una pieza clave del desarrollo de las naciones. Hoy, cuando la economía chilena se encuentra en un proceso de desaceleración, el tema ha comenzado a aparecer en medios de prensa y numerosos artículos académicos. Retomar tasas de crecimiento cercanas al 5% o 6% hoy no es tan simple como el pasado: el desempleo se encuentra en mínimos históricos y el ciclo de acumulación de capital observado en los últimos años habría llegado a su fin, por lo que las palancas clásicas del crecimiento no están disponible con la fuerza que mostraron en el pasado. En otras palabras, ya no es cosa de pedirle más carbón al maquinista.

¿Cómo podemos, entonces, ir más rápido? Pues solamente modernizando la locomotora, es decir, aumentando la productividad. De hecho, estudios recientes concuerdan en que la llamada época dorada del crecimiento en Chile coincidió con un mayor aumento en la productividad, y que a partir del año 2000 su ritmo de expansión disminuyó a la mitad. Más aún, identifican caídas en varios sectores, destacando minería. En efecto, en economías desarrolladas la productividad explica alrededor del 40% del crecimiento, mientras que en Chile esta fracción se ubica bajo el 20%.

¿Cómo se puede aumentar la productividad entonces? Esta es una pregunta con tantas respuestas como expertos, pero probablemente existe cierto consenso en que al menos hay que hacerse cargo de cuatro elementos básicos: reforma del Estado, educación, mercado laboral y energía.

En el primer punto, la OCDE declara que el premio por educación en Chile es muy superior a la media (160% vs. 57%). Asumiendo que el salario es un proxy razonable de productividad, ello nos sugiere que las empresas requieren mayor sofisticación de su mano de obra, requerimiento que el país no está siendo capaz de cumplir. En línea con lo anterior, el mercado laboral tampoco estaría siendo eficiente en asignar los recursos a aquellas áreas donde su productividad es mayor, en parte debido a que existe una mano de obra con reducidas capacidades (o en algunos casos poco verificables), dificultando una reasignación eficiente.

Por otra parte, la necesidad de políticas energéticas claras y de largo plazo será cada vez más crítica en la medida en que los costos sigan aumentando, haciendo caer aún más la productividad del país. Al respecto, existen dos desafíos: asegurar la disponibilidad de energía de mediano y largo plazo para que un mayor número de inversiones sean económicamente rentables, al tiempo que es necesario diversificar la matriz tanto geográficamente como en términos de tecnología de generación para asegurar estabilidad en los precios a pesar de las hidrologías y los vaivenes del precio del petróleo.

Dada la coyuntura, el momento de actuar es ahora, mientras aún nos encontramos en la parte positiva del ciclo. Las próximas elecciones presidenciales deberían favorecer la discusión y generación de propuestas que generen un incremento en la productividad y nos encaminen hacia una economía del conocimiento.

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